El
sugimiento del Hombre como ser social tuvo lugar contemporáneamente en
dos regiones del Espacio Arquetípico: el Dominio del Yo y el Dominio
del Otro. La delimitación entre estos dos conjuntos de formas mentales
y físicas no siempre fue nítida, pero puede considerarse el primer paso
hacia la Civilización, y su manifestación primordial persiste hasta
nuestros días en forma de comportamientos adquiridos e impuestos.
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Ambos
polos psicológicos, el Yo y el Otro, con su interacción, generaron por
reflejo la Inidividualidad y la Colectividad. Estas fuerzas antagónicas
existen en conjunto. Por separado carecen de sentido. Su condición
inseparable ha sido fuente de gran confusión filosófica. Sería
inconveniente, más que difícil, pretender analizar imparcialmente las
diversas vertientes de pensamiento que han abordado el tema de la
relación del individuo con la Sociedad y con su entorno físico. Nos
contentamos aqui con explorar unas pocas perspectivas, centradas en la
religiosidad, o más bien, en la búsqueda trascendental del hombre.
Desde las Religiones AnimistasMuchas
veces se considera que las religiones animistas son primitivas. Al
comparar el explendor social de las grandes civilizaciones monoteistas
con la miseria de los pueblos “bárbaros”, aceptamos tácitamente esta
diferencia como el resultado del desnivel cultural. Sin embargo,
perdemos de vista que incluso en el corazón del monoteísmo, las
superticiones y los credos asociados a las fuerzas de la naturaleza han
sobrevivido disfrazados sultilmente y que, por otra parte, de los
pueblos “bárbaros” muchas veces sólo nos queda el parecer histórico de
los “civilizados ”, que siendo víctimas de sus ataques o explotándolos
como esclavos, no podían dispensarles la mejor opinión. Incluso hoy en
día, haciéndose eco de este “racismo religioso”, algunos movimientos
espirituales se aventuran a construir una escalera de desarrollo, en la
que las religiones animistas ocupan los peldaños más bajos.
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Es
cierto que el cuadro evolutivo de la Civilización resultaría muy
“didáctico” si ubicaramos cronológicamente, primero, a las formas más
“simples” de espiritualidad, asociadas las fuerzas de la naturaleza, y,
posteriormente, a las explendorosas “Grandes Religiones del Mundo”.
Pero considerar este esquema simplificado de Escuela Elemental como la
prueba de la inferioridad de las religiones animistas, es una falacia.
Ninguna forma de espiritualidad es superior a otra, pues cada una se
desarrolló (y algunas aún se desarrollan) simpáticamente, de acuerdo a
las necesidades de los hombres. Y como las necesidades varían de pueblo
en pueblo, de cultura en cultura, de clima en clima, y de año en año,
podemos decir que cada Religión, desde las más pequeñas hasta las
imperiales, ha encontrado su explendor cada día de su existencia,
satisfaciendo las demandas espirituales de los pueblos.
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Sólo
la ignorancia velada puede orquestar una clasificación tan irreal. La
riqueza de las religiones animistas, llenas de superticiones de toda
clase, de leyendas hermosas y de Dioses inumerables, habla por sí sola.
Es una muestra aplastante de la diversidad que ha permitido la
superevivencia de la Civilización.
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Si
estos argumentos no bastasen para desterrar el racismo histórico de
nuestra mente, hay todavía una razón según la cúal muchas religiones
animistas podrían cosiderarse superiores. Por muy abstractos que hayan
sido los preceptos religiosos del monoteísmo y de los Sacerdotes, los
pueblos, los han traducido en ideas pragmáticas, comprensibles dentro
de la vida ordinaria. Mientras las castas sacerdotales intentaban
mantener el control de la conciencia colectiva y de la Economía a
través de las Jerarquías Divinas, la gente de pueblo intentaba vivir la
espiritualidad de forma sincera y simple. Para los primeros, la
Religión era un medio de ganarse la vida, para los segundos, era
sencillamente una forma de vivir. Libre de poder temporal, la
religiosidad de los pobres llega a expresar de forma más nítida sus
necesidades espirituales. Y... que sorpresa! La percepción popular de
la Religión esta siempre plagada de animismo! Es decir, el animismo
está más cerca de satisfacer nuestras necesidades que la amalgama de
Política y Dogma que alimenta a los Grandes Sacerdocios.
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Claramente,
nos cuesta admitir que la gente ordinaria, de pueblo, sea el corazón
viviente de la espiritualidad. Preferimos pensar en los poquísimos
filósofos antigüos cuyas palabras han llegado a nuestros días. Pero, la
Grecia no era Aristóteles, ni Judea era Salomón. Si hoy podemos
recordar esos próceres del pensamiento moderno, es precisamente por que
existieron millones de hombres sin nombre, antes y despues de ellos.
Hombres de toda raza y de todo empeño, pero sobre todo, hombres
ordinarios. Miles de millones de hombres ordinarios que sirven de
cimiento a este edificio endeble que llamamos Cultura. Si pretendemos
comprender el desarrollo de la conciencia colectiva humana, además de
mirar a las luminarias que nos encandilan desde el pasado, debemos
sobre todo, contemplar el oscuro vacío que las separa.
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Y allí, en la gloriosa oscuridad del olvido, resplandecen todas las religiones animistas.
En
los credos animistas no abundan los hombres célebres. No se recuerdan
grandes filósofos ni pensadores. Pero en cada rincón de nuestra memoria
ancestral se escucha el eco del dios del Trueno y de la Diosa de la
Lluvia. Esos latidos que nunca se apagarán, son el corazón vivo de la
Religión.
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Las
“Grandes Religiones del Mundo” son un emboltorio aparatoso que muchas
veces esconde el propósito último de la espiritualidad. Es cierto que,
en otras ocaciones, este envoltorio decora y resalta el mensaje
ancestral. Pero en cualquier caso, dentro de tantas capas de envoltura,
yace la semilla de la naturaleza divina del hombre. Y si corremos el
riesgo de admirar por siempre el paquete, nunca saborearemos su
contenido. Ese lujo no se lo pueden permitir los pobres. Por eso la
envoltura del animismo es escasa y simple. Pero sin dudas, mucho más
fácil de transportar a cuestas en el tiempo.
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